La alimentación es una de las bases de nuestro bienestar, uno de los pilares principales para mantener un estado de salud óptimo. Suele decirse que “somos lo que comemos” y creo que esta es una afirmación de lo más acertada.
Lo principal para evitar una mala alimentación es consumir variedad de productos de todos o la mayoría de grupos de alimentos, es decir, variedad en carnes, pescados, verduras, frutas, legumbres, cereales, lácteos, etc. y no abusar de nada.
Una mala alimentación provoca (o puede provocar) un déficit de nutrientes que pueden derivar en multitud de problemas de salud, aunque también estéticos. Los nutrientes son quienes mantienen y proporcionan la fuerza necesaria a las diferentes áreas de nuestro organismo, por lo que una dieta correcta no hay que tomar a la ligera.
¿Cuáles son estos efectos visibles en nuestro cuerpo? Para empezar, la piel puede verse afectada al no recibir suficientes vitaminas, sobre todo la A, lo que provoca alteraciones y anomalías en ella que pueden manifestarse como exceso de grasa, problemas de pigmentación, descamamiento, etc.
Otro efecto puede aparecer en el cabello, ya que la ausencia de nutrientes necesarios debilita el cuero cabelludo y el bulbo capilar, acelerando y favoreciendo la caída.
Pero no todos los efectos son visibles desde el exterior. Una alimentación con exceso de azúcar afecta a la flora íntima y favorece el desarrollo de bacterias perjudiciales como el hongo Cándida. La flora intestinal también se ve afectada en dietas con poco consumo de probióticos, como yogures naturales o encurtidos, lo que influye en la microbiota, responsable de un correcto tránsito.
Igual que hablamos de alimentos, hablamos de agua. Nutrirse es comer bien y beber bien, son un tándem que debe ir de la mano permanentemente y, sin esa unión, lo más probable es que los problemas de salud afloren (digestivos, motrices, circulatorios, de memoria, visuales, astenia…y un largo etcétera).
La solución es sencilla, alimentaros bien para vivir mejor.